Había escuchado decir por ahí
que el Domingo era el día en que la gente buscaba mayor cantidad de respuestas.
No entendía. No alcanzaba a comprender el por qué de un día señalado. No.
Tampoco estaba de acuerdo con aquella estadística. Es mas, sentía el más
acérrimo odio contra las conceptualizaciones generalistas de todo cuanto
tuviera que ver con la conducta humana.
¿Que la gente buscaba mas
respuestas? ¿Que la misa de los Domingos? ¿Que el ocio era el causante del
escape de tanta gente? ¿Que el día feriado por excelencia?...
Inútiles. Todos los pretextos
parecianle inútiles para explicar un hilo, una hilacha que se puede cortar
cualquier día, a cualquier hora y en cualquier lugar.
Y tal vez la causante del
distanciamiento que lo caracterizaba frente a los demás, habría sido esa
ideología rotundamente cerrada en cuanto a dejarse seducir por estadísticas y
porcentajes. O tal vez la soledad. Soledad que solo era apaciguada por las
hojas de un libro nunca comprendido, o con la vieja musicalidad de un blues
oxidado. Soledad compartida por tanta gente y cosas, pero mayoritariamente
ocultada.
Había escuchado por ahí que la
gente balbuceaba y opinaba sobre su estado mental, como si opinara de la Yerba
(que nuevamente había aumentado) o la estabilidad de una piedra a punto de
desmoronarse.
No estaba loco, y de eso estaba
seguro. (El Oráculo, al que consultaba regularmente todos los Jueves por la
tarde, así lo había dicho).
Estaba un poco confundido y
debía ordenar un poquitillo sus emociones y sentimientos –le había aconsejado
su Jefe, antes de pedirle que se tomara una licencia no menor de 50 ni mayor de
100 años -.
Las lecturas, de las que es
devoto, solo dejan mensajes satánicos –había escuchado salir de los labios de
la psicóloga-. Debería comenzar a leer Lugones (o Buscaglia si quiere algo un
poquitin mas comprometido). Debería destapar ese frasco, liberar de su cuerpo
esas ideas que no llevan a ningún lado y solo facilita una marginación por
parte de sus iguales.
Debía. Debía, siempre Debía....
(¡MIERDA!)
Estaba cansado de vagar por las
noches, luego de desprenderse de su carne, y no encontrar otra compania mas que
la sombra de una Janis Joplin borracha y reencarnada en fuego.
Compartía sueños, eso sí, con su
sombra. Ella era el único oído capaz de escuchar sus miserias.
Pensaba en formar un gran
teatro, donde todos los actores pudieran despegarse de sus almas para comenzar
el Ritual de las Fiestas Dionisiacas. Soñaba con un espectáculo tan
incongruente, que el Altar donde se llevara a cabo (el Altar y no el escenario
) fuera la lapida de su propia tumba, el sarcófago que sus semejantes ya se habían encargado de
numerar y disfrazar a gusto y gana.
Soñaba con poder publicar una
nota en el diario local, donde se dejara en claro su oposición ante aquella
estadística sobre las respuestas de los días Domingos. Soñaba que esa nota
tuviera éxito, tanto que la gente toda, estuviera de acuerdo en ponerlo a la
altura de un Nietzsche, de un Artaud o de un Gongora.
Soñaba con morir en un Mar
quieto, con marea baja.
Soñaba con que “el nuevo
Morrison” cantara su propia poesía sobre las ruinas de Pompeya. Soñaba, al fin
y al cabo, con no escuchar lo que decían las vecinas, y las estadísticas, y los
números, y los porcentajes....
Y estaba soñando, volando junto
a Janis Joplin, cuando unos cuervos camuflados de blanco lo encadenaron a la
prisión de fuerza.
Y
estaba soñando junto a Morrison y Joplin; y gracias a ello, tal vez, su sombra
pudo escapar a las garras de la necedad, observando su cuerpo encarcelado.
Riendo a carcajadas.
Pero la sombra es sombra; y
ninguna sombra es capaz de contener un gajo de lo que fue la esencia del cuerpo
al que sirvió durante tantos años... Ninguna, menos esta, que a cada segundo
sentía volar entre sus oídos la voz enclenque del tipo que no estaba de acuerdo
con la idea de las respuestas de los Domingos, ni con las misas, ni con la vida
misma.
Y la sombra es sombra.
Por eso alguien prendió la luz
por un segundo cuando la vio caer desde la terraza hacia el abismo; y no
comprendió.
Por
eso resulta inexplicable que haya estado tanto tiempo deambulando por la Tierra
en busca de aquella luminosidad que fuera capaz de desintegrarla. O que fuera
sistemáticamente los días Jueves y se posara a los pies de un Oráculo
enmudecido.
Resulta increíble, sí. Una
sombra no puede ser capaz de acabar con su oscuridad, (al menos es una cuenta
que no cierra en la mente de un cristiano que se precie de “normal”) Pero sucedió.
Y en el mismo instante en que el ultimo haz de luz impartía su justicia, un
hombre lloraba, entre risas y gritos, encadenado a una celda de
fuerza..................Y EXPIRABA.
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Cuentan que el Sol no dejo de
dar calor, ni la lluvia de mojar.
Esta comprobado que las
estadísticas siguieron viviendo, y las misas dándose, y la gente sola.
Un articulo titulado “Números”
paso sin pena ni gloria por las hojas del matutino del Jueves.
Nadie lloro por la
desintegración de una sombra ni por la muerte de otro hombre.
Nadie opino, ni hablo, ni se
entero.
Todo siguió el curso que le
estaba asignado.
Nada, absolutamente nada cambio,
luego de este estúpido episodio, que solo sirvió para corroborar aquella
estadística sobre las respuestas de los días Domingos....
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